La noche lanza dardos
con
ojos desorbitados,
y el eco agoniza en las esquinas.
Aferrando
las horas entre zarzas,
percibo
el rugido del silencio
entre
los huesos transidos.
Limpio el rastro de babosas
en las paredes
roídas
para quedarme
en
mí
pausadamente,
y
siento impulso
que
sale del alma,
espontáneo,
sin
preguntas
ni porqués acostumbrados,
como brisa pura,
sin
escamas.
Esa
soy yo,
la eterna,
la otra,
todas juntas,
ninguna,
¡todas!
¡Soy aire y tierra y agua!
¡¡Siento¡¡