Se acabaron los días.
Cuando la noche se comió los pájaros de hierro,
no sintió el frío acongojado en los nervios de cartón.
Siempre la eterna adivinanza de las horas
convertidas en grasa de camiones.
Impúdicas melodías con redoble de tambor,
picoteaban insolentes,
con reflejos salobres
y escarcha entumecida
entre
los ojos.
Cortó
la mirada carcomida
de satánicos intentos miserables,
para colgarse de las nubes
traicioneras de sablazos.
Sacó
la luz de sus zapatos
con
espuelas malheridas
y luego...
nada.
Nada quedó de sus desechos,
solo desmanes con puntillas de bolillo
y sesos
de pegajoso de cartón.
Ni histéricos anzuelos para flores
salieron
a su encuentro.
Todo
quedó en su mísera pupila.
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ResponderEliminarPero de esa nada, que dices, brotaron margaritas, "sin duda".
ResponderEliminarUn abrazo.
Todo tiene tu mejor mirada. Gracias Rafael. Bss
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