Aquella casa que
nunca tuvo paredes templadas,
disipó en urgencia de parpados
el ruido de lo
dulce y transparente.
La capacidad del
no latido,
del no tacto, del
no ternura
era su piel y sus
escamas,
su coraza y su
derrumbe.
Estremece su
historia en secuencias inertes,
el color
malgastado tiñendo la sombra,
sus sueños, resbalando
rasgados,
presos tantas
veces
en esas zaheridas
paredes.
El brillo
ausente fustigaba,
derrotando su más
frágil centro.
Jamás pudo un
palpito traspasar más allá de su mirada.
El tiempo impenitente,
cubrió de hiel
sus temores,
desgarró sus cimientos
y
en ese tic-tac de no azules,
perdió corazón y
cordura.
Ese tiempo es el que marca nuestros corazones.
ResponderEliminarUn abrazo.
El tiempo siempre sobrevive. Gracias Rafael. Bss
ResponderEliminarDesconocía esta fuerza poética tuya, para mí una suerte haberla descubierto. Te pido permiso para versionar algunas con voz. Besos. José
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