Jamás pude esquivar el silencio-nieve,
piélago sombrío
en
cada esquina,
frio solemne en
cada oquedad.
Jamás se dio
completo
el cálido tacto
de ascuas
donde poderse
agazapar.
Jamás quebró el
retumbe de ecos,
tumbas profanadas
y
egos de cristal.
Siempre una
caricia malherida
desandándome la
piel.
Siempre una
ternura abierta
para distorsionar
la acústica
de una anémica
tristeza.
Siempre un aurora
voraz
para desmembrar y
abatir la vil mordaza.
Era como un eco velado oculto tras una capa de vaho en la mampara del alma.
ResponderEliminarUn abrazo en la noche.
Jamás quebró el retumbe... Gracias Rafael. Un abrazo
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