Hay
una extraña nostalgia por las cosas perdidas,
una
tristeza abierta que desdoblamos en ciertos momentos,
con
cautela,
para
que el tiempo borre la sensación de dolor.
Queda
un ahogo,
un
olor a fracaso que no comprendemos,
una
impresión de haber malgastado un espacio
que
nos pertenecía y del que ya no podemos disponer
para
compartir con otras manos francas.
Quizá
mañana aprendamos a negociar con el infinito
y no
deje esta huella imborrable.
Quizá
haya una alianza espacio-tiempo que nos enseñe
su
idioma,
sin
sorpresas,
sin
enigmas incomprensibles,
sin
fronteras,
y
dejemos la desesperanza
de
mirar sin ver la sombra.
Hemos
de quitar esa sensación de enojo,
de
pérdida infinita,
ese
quejido
para
dedicarnos en exclusiva a vivir,
vivir
sin dividir,
aunque
vivir
cueste
la muerte.