que ya no dicen,
que gritan su
orfandad,
ubicadas en refugio
impávido
donde nada conmueve,
donde nada palpita,
ejercen el destierro
desgarrado de los nunca,
los jamás.
Ataviadas con su
mortaja yerma,
cubren su desazón,
con manto de desidia
y soledad sin
epitafios.
Esperemos que ese grito escape a las sombras del alma.
ResponderEliminarUn abrazo.
Esto de andar entre cielos e infiernos es lo mio. Besos Rafael
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